Hace unos dias nos fuimos de camping a la playa. La verdad es que ya habían pasado varios años desde la última vez que fuimos de camping. Éramos menos, éramos felices, aunque claro, ahora somos más y non menos felices.
Recuerdo cuando salía corriendo de la oficina, tiraba la corbata en el suelo del dormitorio y cargaba una mochila, una carpa y una bolsa de dormir; y luego partíamos al sur.
Recuerdo cuando la lluvia cayó copiosamente sobre nosotros y los relámpagos nos hicieron correr a los quioscos.
Recuerdo estar sentado junto a la fogata, quemando la vida en palabras e historias.
Una de las cosas que trae consigo la edad, es ver las cosas con otros ojos; pierdes la inocencia sin siquiera haberte dado cuenta. Ahora razonas las cosas al mirarlas. Pero no es del todo malo porque abres algunos planos distintos en la apreciación, que serían imposibles de ver cuando eres niño. Hernán decía que los niños no están contaminados como nosotros, y creo que tiene razón. En este ir y venir de ideas; luces; y sombras; me di cuenta que algunas cosas han cambiado: La playa luce distinta, el sol brilla más; las olas traen más agua; y hasta los ojos de Mónica, hoy brillan distinto.
Creo que una de las cosas buenas de ser adulto es que realmente te parece fantástico ver un grupo de delfines saltar cerca a la orilla, o que al ver las olas, sabes apreciar el brillo del sol sobre ellas; y claro un niño tampoco podría sentirse lleno al ver a Paula chapotear en el mar.
Escribo esta vez sobre la arena que casi olvido, por mi necedad de estar todo el tiempo metido en el trabajo; por hacerme "autoviejo" todos los días, sin aún serlo; por no compartir con mis hijos, la arena que casi olvido.
miércoles, 13 de febrero de 2008
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